Buscando la
Cara del Señor
La oración constante es el secreto para la paz y la justicia en nuestro mundo
Mientras escribo esta columna, mi pensamiento se vuelca en un nuevo año y en aquello que esperamos.
Cuando me convertí en obispo hace 21 años, nunca habría imaginado que el horror de la guerra se transformaría en el tema cotidiano de las noticias. Nunca me habría imaginado que la guerra sería algo con lo cual nuestro mundo debería vivir día tras día.
El conflicto y las tensiones han sido espectros que han rondado el Medio Oriente durante años, pero las circunstancias peculiares que se han agravado hasta llegar a las perturbadoras hostilidades de hoy en día, no siempre fueron tan evidentes. En estos momentos la situación se ha complicado aun más porque nuestro país se ha polarizado respecto a cómo avanzar hacia una transición razonable para salir de la guerra en Irak y cuándo hacerlo.
El terrorismo es una realidad de nuestra época y constituye un crimen contra la humanidad. Nuestro país tiene el derecho moral, e incluso la solemne obligación, de defender el bienestar común contra el terrorismo y de proteger a su pueblo.
Se debe ir en pos del refuerzo de la seguridad territorial, denegar los medios para financiar organizaciones terroristas, así como una amplia gama de medidas no militares. Quizás las acciones militares sean necesarias. Sin embargo, resulta evidente que por el bien de todos los involucrados, ha llegado el momento de encontrar una solución a la situación que persiste en Irak.
¿Qué podemos hacer como particulares? Nuestra mayor contribución comienza con la oración por la paz y por aquellos que son responsables como líderes de las naciones. Obviamente debemos continuar con nuestro apoyo piadoso y moral para aquellos que sirven en las Fuerzas Armadas y lo hacen por nuestra seguridad, arriesgando enormemente sus propias vidas.
Con la llegada del nuevo milenio cristiano teníamos grandes esperanzas para la paz y sin embargo, nos encontramos en el octavo año de profunda inestabilidad en nuestro mundo.
En cierta ocasión durante una entrevista con un reportero religioso, se me preguntó qué le pasaría a las personas de fe si, a pesar de la intensidad de sus oraciones, la paz nos eludiera y la guerra continuara incesante, de todos modos.
¿Significaría eso que la oración es infructuosa? ¿Acaso significaría que Dios verdaderamente no acude al llamado de las oraciones de intercesión? Estas preguntas son muy importantes y apuntan a una teología mucho más complicada de la que podemos abordar en un periódico o en esta columna.
La sabiduría de Dios es infinita, la nuestra no. Y en su sabiduría, Dios nunca nos ha quitado el don del libre albedrío que nos entregó a los humanos cuando nos creó.
Por lo tanto, incluso las decisiones más cruciales sobre la guerra y la paz, tales como las que enfrentan los líderes mundiales hoy en día, dependen del libre albedrío humano.
Dios no elimina el libre albedrío humano, aunque se tome una decisión en perjuicio del mundo, aunque la decisión parezca reducirse al hecho de que una de las partes del conflicto necesite “salir airosa de una situación.”
¿Acaso el hecho de que Dios no elimina el libre albedrío humano, aunque tomemos una mala decisión, significa que nuestras oraciones de intercesión son infructuosas?
No. A pesar de que no podemos obligar a Dios a eliminar el libre albedrío humano, debemos rezar. Debemos arrodillarnos y reconocer que existe un poder superior al poder humano.
La oración es una forma importante para que nosotros y todo el mundo recuerde que existe un Dios y no se trata de terroristas o líderes que buscan la paz.
La oración nos recuerda que somos una familia humana y es posible amar y estar en paz unos con otros porque existe un Dios que nos ama primero que nada y es el autor de la vida humana.
En la oración recordamos que, aunque algunas personas no crean en Dios como nosotros, Él nos ama a todos por igual, aunque seamos enemigos.
La oración constante, día tras día en momentos de crisis y en momentos de paz guía a un número creciente de nosotros a vivir el mandamiento del amor que Dios nos entregó. Es allí donde se esconde el secreto para la paz y la justicia en nuestro mundo.
Asimismo, rezamos para que el espíritu de Dios impulse a los líderes mundiales a buscar soluciones pacíficas a las crisis humanas. Esperamos que la oración sincera impulse a los líderes mundiales a abrirse a la orientación del Espíritu Santo porque sabemos que Dios no forzará la aceptación de los dones libres del Espíritu Santo.
Dios obra milagros, pero al final, no destruye el don de la libertad humana.
Aunque pareciera que nuestras oraciones para que termine la guerra no son escuchadas, no dejaremos de rezar. Continuaremos rezando con sosiego y profunda fe porque la oración es nuestra forma de recordar quiénes somos y la verdadera razón de la vida y la muerte.
Recemos para que cada vez más de nosotros reciba libremente el misterio del amor de Dios y por consiguiente, nos sintamos movidos a respetar a todas las personas. †