Buscando la
Cara del Señor
Santa Theodora y el obispo Bruté nos inspiran para ser valientes en la fe
Cuando pienso en los desafíos que enfrentamos al llevar acabo la misión de Cristo en nuestra Iglesia Local, durante el aniversario número 175 de nuestra arquidiócesis, pienso mucho en nuestros santos fundadores, Santa Theodora Guérin y el Siervo de Dios, el Obispo Simon Bruté.
Mientras reflexiono acerca del ministerio de sanación de Jesús, tal y como se describe una y otra vez en el Evangelio, y según se expresa con tanta intensidad en su sufrimiento y muerte, pienso también en estos santos fundadores. Su testimonio sirve de base para una reflexión cuaresmal provechosa.
Una de las tantas características impactantes de la vida de Santa Theodora es el ejemplo que nos da: el valor de su fe.
Arriesgó su vida por aquello en lo que creía. No tenía por qué poner en peligro su vida cruzando el tempestuoso Océano Atlántico varias veces, en barcos que eran escasamente aptos para la navegación marina. Admitió que todo el tiempo que pasaba en el barco estaba aterrada.
Ni tampoco tenía porque establecer su comunidad en los bosques primitivos del occidente de Indiana en aquella época. No contaba con el dinero ni con las maestras necesarias para fundar escuelas para los pobres y sin embargo empezó a trabajar en pos de ello con la fuerza de la convicción y la oración.
La Madre Theodora arriesgó mucho. Pese a su mal estado de salud, compensaba con su ardua labor y sus oraciones. Nosotros al igual que muchos otros, somos los beneficiarios de su fe y sus acciones valerosas. Y éstas representan un reto para nosotros.
Napoleón había ofrecido a Simón Bruté el cargo de médico de la corte imperial francesa. Lo descartó. Posteriormente, como nuevo sacerdote, Napoleón le ofreció el cargo de capellán de la corte.
En lugar de ello, Bruté eligió convertirse en misionario en el nuevo mundo. Pudo haber tenido una vida de prestigio y comodidades materiales, pero escogió la rigurosa vida misionera, en medio de las circunstancias más difíciles.
También lo hizo en mal estado de salud. Es probable que ya hubiera padecido de tuberculosis cuando navegó por el Río Ohio para asumir su misión como obispo de la nueva Diócesis de Vincennes.
Bajo su guía, la Iglesia Católica en Indiana echó raíces. No había querido convertirse en obispo. Sin embargo, nosotros y muchos otros, somos los beneficiarios de su fe valiente y su humilde obediencia. Su ejemplo también representa un reto para nosotros.
Resulta importante que nuestras comunidades de fe reflexionen sobre el hecho de que la gran mayoría de los católicos disfrutamos de la posibilidad de rendir culto y tenemos a nuestra disposición los sacramentos, la educación religiosa y otros aspectos de la vida parroquial, en instalaciones que no construimos nosotros y por las cuales no pagamos.
Aunque en el presente seamos miembros de una nueva parroquia o de una parroquia en expansión y hayamos contribuido a la campaña Legado de nuestra Misión (Legacy for Our Mission), probablemente crecimos en una parroquia en la cual las instalaciones y servicios fueron heredados de generaciones anteriores.
Disfrutamos de los frutos que han rendido la sangre, el sudor, las lágrimas y el dinero de las generaciones anteriores y tenemos la responsabilidad de entregar a las generaciones futuras el fruto de nuestra propia generosidad. Al hacerlo, reconocemos que todo proviene de la mano de Dios y le pertenece a Él.
Santa Theodora y el Obispo Bruté arriesgaron sus vidas para que la misión sanadora de la Iglesia de Cristo pudiera echar raíces y eventualmente florecer en nuestra arquidiócesis. Nuestros valientes pioneros de fe sabían muy bien que la Iglesia y su misión habitan en el mundo real. Nosotros no podemos quedarnos atrás.
Mientras celebramos el aniversario número 175 de nuestra arquidiócesis, le damos gracias a Dios por las bendiciones que hemos recibido a través de nuestros ancestros fundadores. Y extiendo una invitación especial a nuestros jóvenes y jóvenes adultos para que acepten el desafío de continuar con el ministerio de Jesús en el futuro, especialmente como sacerdotes y religiosos consagrados.
Las circunstancias de nuestros tiempos hacen que los ministerios de sanación sean difíciles de mantener, fomentar y desarrollar con la fe y la visión de nuestros santos fundadores.
Contamos con muchas ventajas y bendiciones que ellos nunca tuvieron ni pudieron siquiera concebir. Pero estos adelantos han venido acompañados de formas contemporáneas de pobreza espiritual, moral y física.
Nos viene bien rezarles a nuestros patronos fundadores pidiéndoles ayuda para ser tan valientes en la fe como ellos lo fueron, y para trabajar arduamente en pro de nuestros niños y las generaciones venideras.
Rezo para que el ejemplo de Santa Theodora y del Obispo Bruté también nos impulse a buscar y hallar la sanación que deseamos para nuestras enfermedades de pobreza espiritual y moral.
La oración personal en nuestras sagradas iglesias y capillas parroquiales nos brinda una oportunidad especial para conocer el toque sanador de Jesús.
La confesión con un sacerdote que está allí para nosotros representando a la persona de Cristo, resulta una experiencia verdaderamente intensa del poder de sanación de Jesús en tiempos difíciles. †