Buscando la
Cara del Señor
Recen por las víctimas del abuso y por nuestros fieles sacerdotes
Durante mi recuperación de la cirugía he reflexionado mucho acerca del agradecimiento.
Conservo dos cartas en mi Biblia predilecta: una de la beata Teresa de Calcuta; otra de mi madre.
Mamá escribió su carta mientras se recuperaba de una cirugía de reemplazo de la cadera después de sufrir una caída terrible. Pensé en su carta porque en ella expresaba su agradecimiento para con nuestra familia por todo el apoyo recibido. Al hacerlo, reflexionaba sobre el significado de su dura experiencia y decía que se sentía sobrecogida de agradecimiento por la bendición y el amor de nuestra familia.
Creo fervientemente en unir la prueba de las enfermedades que he padecido en los últimos dos años, en toda su complejidad, al sufrimiento redentor que Jesús ofreció por todos nosotros. En este sentido, además de mis oraciones, ofrecí y sigo ofreciendo el sacrificio que acompaña a la enfermedad, en favor de todos los miembros de la familia de la Iglesia local.
Al acercarnos al final del Año sacerdotal, también ofrezco mi padecimiento y sus consecuencias especialmente por nuestros sacerdotes, seminaristas y por la continua bendición de las vocaciones para nuestra Arquidiócesis.
Mientras rezo con agradecimiento por el derroche de oraciones y por nuestra familia arquidiocesana, quisiera pedir a todos un favor. Quisiera pedirles que recen por las víctimas inocentes del abuso sexual, especialmente aquellos ultrajados por el clero y por los que sirven a nuestra Iglesia.
He unido mi enfermedad reciente en solidaridad al enorme sufrimiento del papa Benedicto XVI en meses recientes y más. No puedo imaginarme la cruz que lleva a cuestas con el peso de la maldad y del pecado que mancha la santidad de nuestra Iglesia.
Estoy especialmente consciente de los graves pecados de abuso sexual cometidos por ministros de la Iglesia. A diario, mientras rezo por las víctimas del abuso sexual en nuestra Arquidiócesis y el sufrimiento que soportan en consecuencia, no me resulta difícil intuir también, en cierta medida, la aflicción del Santo Padre. Lleva esta pesada cruz con la certeza y el reconocimiento de lo que es la maldad y el dolor que éste ha causado a las víctimas del abuso, especialmente el ocasionado por sacerdotes y obispos.
Al mismo tiempo, el Santo Padre también es testigo de la verdad de la redención del pecado que nos ha sido prometida, la cual ha sido conquistada y ofrecida por Cristo a través de su sufrimiento, muerte y resurrección.
Me siento terriblemente mal por las víctimas del abuso sexual y por todos nosotros que debemos hacerle frente a la vergüenza, al dolor y al escándalo del abuso.
Al mismo tiempo, ofrezco mis sentimientos de admiración y agradecimiento por la constante fidelidad de los miembros leales de la Iglesia.
Rezo con agradecimiento por aquellos que siguen expresando su confianza en la fe de que la gracia de Dios continúa socorriéndonos durante esta época de purificación. Agradezco profundamente la confianza fiel de nuestros feligreses en que Dios continúa vertiendo Su poder sanador sobre las víctimas del abuso y Su misericordia sobre una humanidad pecadora, especialmente en la Iglesia.
Me siento mal por la abrumadora mayoría de nuestros sacerdotes que viven su amor pastoral de forma generosa y con integridad. Nuestros fieles sacerdotes necesitan saber que los apoyamos mientras mantienen la frente en alto y continúan sirviendo con humildad. No ha sido y no es fácil.
En solidaridad con el papa Benedicto nos unimos a su voz pidiendo a los miembros del clero y a los demás culpables de violar la confianza de la Iglesia “que respondan ante Dios Todopoderoso y ante tribunales debidamente constituidos”.
Una editorial en la edición de abril de 2010 de Huellas, la revista internacional de Comunión y Liberación, preguntaba: “Junto a todos los límites y dentro de la humanidad herida de la Iglesia, ¿existe o no algo más grande que el pecado? ¿Hay algo que pueda romper la cadena inexorable de nuestro mal? ¿Algo que, como escribe el Pontífice, «tiene el poder de perdonar hasta el más grave pecado y de obtener un bien incluso del más terrible de los males»? ”
Ése es el poder de la misericordia de Dios que también se encuentra a disposición de todos nosotros pecadores.
En la misma carta pastoral, el Santo Padre dijo: “Convertirse a Cristo significa precisamente esto: salir de la ilusión de la autosuficiencia para descubrir y aceptar la propia indigencia, nuestra exigencia de su perdón”.
Tal como señaló el editor de Comunión y Liberación: “He aquí el abrazo de Cristo, dentro de nuestra humanidad herida e indigente, y más fuerte que el mal que podamos cometer. Si la Iglesia –con todas sus limitaciones– no pudiese ofrecer este abrazo al mundo, incluso a las víctimas de esta barbarie, entonces sí que estaríamos perdidos. Porque el mal seguiría ahí, pero sería imposible vencerlo”.
Al final, nuestro motivo más radical para estar agradecidos en todas las circunstancias es el obsequio insondable de la sanación de Dios y de Su amorosa misericordia. †