Cristo, la piedra angular
Depositen su confianza en Dios y elijan lo mejor
“Marta, por su parte, se sentía abrumada porque tenía mucho que hacer. Así que se acercó a él y le dijo:—‘Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sirviendo sola? ¡Dile que me ayude!’—‘Marta, Marta—le contestó Jesús—,estás inquieta y preocupada por muchas cosas, pero solo una es necesaria. María ha escogido la mejor, y nadie se la quitará’ ”(Lc 10:38-42).
El Evangelio de este domingo, el décimo sexto del Tiempo ordinario, relata la conocida historia de dos hermanas que reciben a Jesús en su hogar. Marta es laboriosa, pero está inquieta; en tanto que María está más relajada y deja que su hermana se ocupe del trabajo mientras disfruta de la compañía de sus huéspedes. Cuando Marta se queja y le pide a Jesús que le diga a su hermana que la ayude, él la reprende por estar “inquieta y preocupada por muchas cosas” (Lc 10:41). También defiende a María diciéndole que “ha escogido la mejor [de esas cosas]” (Lc 10:42).
El relato del Evangelio apela directamente a la experiencia de los tiempos que corren. Estar ocupados nos distrae de las cosas que verdaderamente importan y el trabajo, con todo y lo necesario e importante que es, a menudo interfiere en nuestras relaciones con aquellos a quienes estamos llamados a prestarles atención, a amar y a servir.
María eligió lo mejor porque reconoció la presencia de Jesús como un regalo, una rara oportunidad que bajo ninguna circunstancia debía desaprovechar. Por otro lado, Marta dejó que el trabajo y sus preocupaciones le impidieran disfrutar el momento.
Muchos autores espirituales han utilizado este Evangelio para ilustrar la importancia de hallar equilibrio en las dimensiones activas y contemplativas de la vida cristiana. Tal como el propio Jesús lo demostró, es importante sustraerse de vez en cuando de las actividades cotidianas y descansar, rezar y retomar nuestra capacidad de asombro y agradecimiento ante la bondad de Dios para con nosotros.
Lo que muchos llaman hoy en día el “equilibrio entre la vida y el trabajo” es algo fundamental para nuestra salud mental, física y espiritual. El exceso de preocupaciones que acarrea una dedicación obsesiva al trabajo (independientemente de nuestra ocupación) es contraproducente. Es pernicioso para el trabajador y termina por afectar la calidad de su trabajo.
Hace cincuenta años el filósofo alemán Josef Pieper escribió una serie de ensayos sobre el tema del ocio. En su libro titulado Leisure: the Basis of Culture (El ocio: la base de la cultura), Pieper argumenta que la auténtica religión solo puede emanar del tipo de ocio que permite contemplar la naturaleza de Dios. Denomina a este tipo de actividad contemplativa “la base de la cultura” porque el trabajo por sí mismo no es capaz de inspirar el tipo de actividades creativas (tales como el arte, la música, la literatura o la arquitectura) que resultan esenciales para la civilización.
“A menos que retomemos el arte del silencio y la introspección, la capacidad de estar sin hacer nada—sugiere Pieper—y a menos que sustituyamos nuestras ajetreadas formas de entretenimiento por el verdadero ocio, destruiremos nuestra cultura y a nosotros mismos.”
María eligió lo mejor porque no estaba consumida por el trabajo. Depositó su confianza en Dios y se permitió experimentar a plenitud el encuentro con Jesús que, en parte, facilitó el arduo empeño de su hermana.
Este es un ejemplo de los “católicos del tanto y el como”: negarse a separar cosas que deben estar unidas. El tan conocido dicho benedictino ora et labora (oración y trabajo) nos recuerda que ambos son necesarios para tener una vida equilibrada. La vida humana se enriquece por la contemplación y la acción, el ocio y la actividad. Hallar el equilibrio adecuado es la clave para vivir sin preocupaciones o inquietudes innecesarias.
Tal como nos dice Jesús en el Evangelio según san Mateo:
“Por eso les digo: No se preocupen por su vida, qué comerán o beberán; ni por su cuerpo, cómo se vestirán. ¿No tiene la vida más valor que la comida, y el cuerpo más que la ropa? Fíjense en las aves del cielo: no siembran ni cosechan ni almacenan en graneros; sin embargo, el Padre celestial las alimenta. ¿No valen ustedes mucho más que ellas? ¿Quién de ustedes, por mucho que se preocupe, puede añadir una sola hora al curso de su vida? ¿Y por qué se preocupan por la ropa? Observen cómo crecen los lirios del campo. No trabajan ni hilan; sin embargo, les digo que ni siquiera Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Si así viste Dios a la hierba que hoy está en el campo y mañana es arrojada al horno, ¿no hará mucho más por ustedes, gente de poca fe?” (Mt 6:25-30).
Lo que debemos hacer es confiar en la providencia divina para poder llevar vidas equilibradas sin el peso de todo aquello que nos distrae de la alegre presencia de nuestros seres queridos. †