Cristo, la piedra angular
Proteger a los niños no nacidos empieza por amar a sus madres y cambiar los corazones de otros
“Através de las palabras, las acciones y la persona misma de Jesús, se nos da la posibilidad de conocer la verdad completa sobre el valor de la vida humana.” (San Juan Pablo II)
El lunes 22 de enero, las parroquias y diócesis de todo Estados Unidos se han comprometido a rezar por la protección legal de los niños no nacidos.
Creemos que toda vida humana es sagrada y que todos nosotros—individuos, familias y nuestra sociedad en su conjunto—tenemos la obligación moral de proteger y defender a nuestros hijos no nacidos y a todos los miembros vulnerables de nuestra comunidad. Creemos que esta obligación moral debe reflejarse en nuestro marco jurídico y en los corazones y mentes de todas las personas de buena voluntad, independientemente de sus creencias religiosas o afiliaciones políticas.
“En Somos uno con Jesucristo: Carta pastoral sobre los fundamentos de la antropología cristiana,” publicada en 2018, escribí:
El respeto a la persona humana supone respetar este principio: “Que cada uno [sin excepción] debe considerar al prójimo como “otro yo”, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente” [“Gaudium et Spes,” #27.1]. Ninguna legislación podría por sí misma hacer desaparecer los temores, los prejuicios, las actitudes de soberbia y de egoísmo que obstaculizan el establecimiento de sociedades verdaderamente fraternas. Estos comportamientos sólo cesan con la caridad que ve en cada hombre un «prójimo,” hermano.
En los últimos años, hemos sido testigos de cambios significativos en la legislación y la política pública en relación con el derecho a la vida de los niños no nacidos. Algunas decisiones—como la del Tribunal Supremo de anular el caso Roe v. Wade—han sido muy bien recibidas.
Otras acciones a nivel estatal y local (en nuestros estados vecinos de Illinois, Michigan y Ohio, por ejemplo) han supuesto serios reveses para la protección legal y el derecho fundamental a la vida de los no nacidos. Está claro que nuestro trabajo no ha terminado.
De hecho, la protección jurídica, por sí misma, nunca será suficiente. Lo que se necesita por encima de todo es una amplia conversión de mente y corazón que eche raíces en nuestra sociedad. Esta conversión debe comenzar con cada uno de nosotros, y debe expresarse en palabras y acciones que sean auténticas, abnegadas y respetuosas con los derechos humanos y la dignidad de todos nuestros hermanos y hermanas, hayan nacido o no.
“Somos uno con Jesucristo” afirma lo que significa ser personas humanas solidarias y fieles discípulos misioneros del Señor:
El deber de hacerse prójimo de los demás y de servirlos activamente se hace más acuciante todavía cuando éstos están más necesitados en cualquier sector de la vida humana. “Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis” [Mt 25:40]. Este mismo deber se extiende a los que piensan y actúan diversamente de nosotros. La enseñanza de Cristo exige incluso el perdón de las ofensas. Extiende el mandamiento del amor que es el de la nueva ley a todos los enemigos. La liberación en el espíritu del Evangelio es incompatible con el odio al enemigo en cuanto persona, pero no con el odio al mal que hace en cuanto enemigo (Catecismo de la Iglesia Católica, #1931-1933).
Esta actitud—amar al pecador al tiempo que se odia el pecado—es especialmente importante en la lucha por la protección legal del no nacido. El auténtico amor cristiano se debe a todos, especialmente a las mujeres embarazadas que se plantean abortar.
Ser provida es encontrar todas las oportunidades para apoyar y animar a las futuras madres y ayudarlas a tomar decisiones valientes sabiendo que no están solas. Al apoyar el Proyecto Raquel y otras formas de ministerio para quienes buscan la curación y la recuperación de la herida que supone haber participado en el proceso del aborto, demostramos que realmente reverenciamos y respetamos toda vida humana.
No podemos ser selectivamente provida; o toda la vida es sagrada, o la gente es libre de elegir por sí misma a quién amar y a quién odiar.
La protección legal del no nacido es un primer paso esencial, pero la labor que estamos llamados a realizar como discípulos misioneros de Jesucristo va mucho más allá de la ley. Se nos desafía a amar a los demás—incluidos nuestros enemigos—de forma tal que cambien sus corazones.
Para proteger verdaderamente a nuestros niños no nacidos, primero debemos amar a sus madres con el amor incondicional de Dios. Entonces debemos trabajar incansablemente para tener las salvaguardias legales y sociales que garanticen que todo niño no nacido sea deseado y acogido por nosotros, los miembros de la familia de Dios.
Que Dios bendiga a todos los niños no nacidos y a sus madres. Que Cristo habite en sus corazones por la fe y que la caridad sea la raíz y el fundamento de sus vidas (Ef 3:17). †