El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Prohibido estacionarse: El papa Francisco dice que los ‘cristianos perezosos’ deben moverse
La semana pasada escribí acerca de la admonición del papa Francisco a la Iglesia joven (citando las Sagradas Escrituras): “Vete de tu tierra, de tu patria y de la casa de tu padre a la tierra que yo te mostraré” (Gn 12:1). Esta es una constante en las enseñanzas de nuestro Sumo Pontífice. Estamos llamados a irnos, a abandonar la comodidad y la seguridad de nuestras vidas para aventurarnos inclusive en los márgenes de la sociedad humana.
En una homilía reciente, el papa Francisco profundizó todavía más en esta enseñanza al decir que los cristianos que avanzan con determinación en su fe en Dios tienen la fortaleza para soportar los momentos más oscuros de la vida. Pero el Santo padre también dice que quienes no logran avanzar o luchar por un cambio verdadero se quedan “estancados.” Inclusive utilizó el término “cristianos perezosos” y cristianos que son como el “agua tibia” en su fe, para describir con palabras vívidas las consecuencias de no abandonar nuestra comodidad y avanzar proclamando la alegría del Evangelio.
Según el papa Francisco, los cristianos perezosos “han encontrado en la Iglesia un buen estacionamiento para aparcarse.” Comparó la situación de estos cristianos con la de “vivir en un refrigerador,” que mantiene las cosas tal como están. El papa comentó que esto le recuerda un viejo dicho de su tierra natal que dice que el agua estancada es la primera en podrirse.
¿Por qué el papa Francisco está tan preocupado por los cristianos que están “estacionados” y no realizan ningún progreso en el camino de peregrinación que es la vida cristiana? Porque ve en ello las oportunidades perdidas, tanto en la vida de los propios cristianos como en las obras de misericordia que no se llevan a cabo a causa de nuestro egoísmo.
Las Sagradas Escrituras condenan este tipo de conducta estancada: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque dices: ‘Soy rico, me he enriquecido y de nada tengo necesidad’; y no sabes que eres un miserable y digno de lástima, y pobre, ciego y desnudo, te aconsejo que de mí compres oro refinado por fuego para que te hagas rico, y vestiduras blancas para que te vistas y no se manifieste la vergüenza de tu desnudez, y colirio para ungir tus ojos para que puedas ver” (Rev 3:15-18).
Muy a menudo nos engañamos pensando que somos buenos cristianos que disfrutamos legítimamente de la seguridad de una vida decente. No nos damos cuenta de que nuestra comodidad y nuestra indiferencia ante las necesidades de los demás nos han convertido en cristianos perezosos o tibios.
Jesús aborrece este tipo de indiferencia y deja muy en claro que sus discípulos no deben ser insípidos: “Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada sobre un monte no se puede ocultar; ni se enciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Así brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas acciones y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5:15-18).
El papa Francisco nos recuerda que la verdadera vida cristiana es valiente, erigida sobre la esperanza; es un compromiso de avanzar con confianza, pese a las tormentas que encontremos en el camino.
La Iglesia no es un “buen estacionamiento.” Es el camino diseñado para brindarnos apoyo en el sendero, a veces peligroso, hacia nuestro hogar celestial. Como pueblo peregrino, estamos llamados a apoyarnos, alentarnos y ayudarnos mutuamente en este camino hacia el cielo.
Prohibido estacionarse. Debemos seguir avanzando con esperanza, tal como lo dice el papa, “luchando, soportando la tormenta y mirando hacia adelante al horizonte abierto.”
Cuando nos tropezamos y caemos, la gracia de Cristo nos levanta y nos sustenta en el camino. Cuando sintamos recelo o desaliento, los espíritus alegres de todos nuestros hermanos nos revivirán y nos ayudarán a seguir avanzando.
No seamos cristianos perezosos. ¡Seamos valientes y energéticos mientras seguimos a Cristo en el camino de la vida!
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †