El rostro de la misericordia / Daniel Conway
El dolor del Viernes Santo es el camino seguro a la alegría pascual
El papa Francisco sabe que el viacrucis, la vida cristiana, es un camino difícil. De hecho, nos dice que el recorrido hacia el cielo no será un paseo en carroza, sino más bien como andar en un autobús viejo en un terreno rocoso, plagado de obstáculos que nos exigen constantes desvíos.
El mejor ejemplo de ello, según el Sumo Pontífice, es el propio Cristo. El camino de nuestro Señor hacia la alegría de la resurrección tuvo muchos desvíos y vueltas dolorosas. Implicó el abandono de sus amigos, sufrir el rechazo del pueblo que amaba y dolores atroces, humillación y tortura. Para poder resucitar, nuestra fe nos dice que Jesús tuvo primero que morir cruelmente y descender al infierno. Por tanto, cuando Él nos dice “tomen su cruz y síganme,” no nos invita a un paseo agradable sino a recorrer un camino tortuoso lleno de incomodidades y peligro.
Al dirigirse a las personas reunidas en la Plaza de San Pedro, justo antes del Miércoles de Ceniza, el papa Francisco describió este tiempo litúrgico como una época de penitencia y mortificación que en verdad es un sendero de esperanza que nos guía hacia el camino de la resurrección. El Viernes Santo es un símbolo de la vida cristiana, un recorrido difícil que nos lleva hasta la alegría suprema.
Para entender mejor lo que esto significa, el papa nos dice que debemos referirnos a la experiencia fundamental del éxodo de los israelíes desde Egipto, en el cual el Pueblo Elegido se dirigió hacia la Tierra Prometida y, a través de la disciplina espiritual y el don de la Ley, aprendieron a amar a Dios y al prójimo.
Las Sagradas Escrituras relatan el recorrido tormentoso de 40 años—el tiempo que dura una generación—y las dificultades y los obstáculos que generaban la constante tentación de arrepentirse de haber abandonado Egipto y regresar. Pero el papa nos dice que el Señor se mantuvo junto a su pueblo que finalmente llegó a la Tierra Prometida guiado por Moisés. El Sumo Pontífice nos explica que emprendieron este viaje con esperanza y, en este sentido, podemos considerarlo como un “éxodo” de la esclavitud hacia la libertad.
Tal como lo expresa el Santo Padre: “cada paso, cada esfuerzo, cada prueba, cada caída y cada vuelta a empezar, sirven para forjar una esperanza fuerte y sólida que tiene sentido sólo en el interior del diseño de salvación de Dios, que quiere para su pueblo la vida y no la muerte, la alegría y no el dolor.” El papa nos dice que la Pascua de Jesús es su éxodo, su paso de la muerte a la vida, en el que participamos a través de nuestro renacimiento en el bautismo. Al seguir a Cristo en el viacrucis, compartimos su victoria sobre el pecado y la muerte.
Para abrirnos este camino, Jesús tuvo que renunciar a su gloria, tuvo que hacerse humilde y tuvo que obedecer para someterse a una muerte en la cruz. Pero el papa Francisco nos aclara rápidamente que “esto no significa que Él lo haya hecho todo y que nosotros no tengamos que hacer nada. No significa que Jesús se subió a la cruz y nosotros ascenderemos al cielo subidos en una carroza. Esa no es la interpretación. Es cierto que el obsequio de Jesús es nuestra salvación, pero forma parte de una historia de amor que exige un ‘sí’ de nuestra parte y que participemos.”
Tal como nos lo enseña san Pablo: “si morimos con Él, también viviremos con Él” (2 Tm 2:11). El camino hacia la vida es la muerte; la alegría de la resurrección solo puede sobrevenir a través de la cruz.
De esta forma, el papa Francisco nos enseña que: “Los momentos de oscuridad, de fracaso y también de pecado pueden transformarse y ser heraldo de un nuevo camino. Cuando hemos llegado al fondo de nuestra miseria y nuestra debilidad, el Cristo Resucitado nos da las fuerzas para que nos levantemos. ¡Si tenemos fe en Él, Su gracia nos salvará!”
El papa Francisco prosigue: “El Señor crucificado y resucitado es la plena revelación de la misericordia presente y activa en la historia. Este es el mensaje pascual que todavía reverbera hoy en día y que reverberará durante todo el tiempo de Pascua hasta Pentecostés.”
El viejo autobús en el que viajamos, tanto durante el triduo Pascual como a lo largo de toda la vida, carece de comodidades y de muchas de las facilidades de la vida. Pero ya nos han despejado el camino y la dirección que apunta es certera. Cristo se ha ido antes que nosotros a través de la crueldad del Viernes Santo y el supremo silencio del Sábado de Gloria, hasta las aleluyas y las canciones de júbilo del Domingo de Resurrección.
Tengamos fe en Él, el Señor resucitado, y dejemos que Su gracia nos salve.
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †