El rostro de la misericordia / Daniel Conway
La Pascua es la temporada de la esperanza y la alegría
Desde el inicio de su pontificado, el papa Francisco ha escrito y ha hablado sobre la esperanza y la alegría. De hecho, su primera exhortación apostólica, titulada “Evangelii Gaudium” (“La alegría del Evangelio”) y publicada el 24 de noviembre de 2013, trata íntegramente sobre la buena nueva de que la resurrección del Señor nos ha librado de la oscuridad del pecado y la muerte.
El papa nos dice que “la alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús.” “En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años” (#1).
La “alegría del Evangelio” es un llamado sincero a todos los bautizados a llevar el amor de Cristo al prójimo, a vivir permanentemente en un estado misionero para conquistar el grave peligro de la desolación y angustia individualista que aqueja a la modernidad.
Para el papa Francisco, la esperanza y la alegría del Evangelio son la única solución ante la “desolación y la angustia” que provienen de la percepción mundana de fatalismo y desesperación (#2). La propia Iglesia está tentada a acoplarse a la comodidad que ofrece la aceptación del status quo. ¡Esto es inaceptable! El milagro pascual debería impulsar a todos los cristianos bautizados a alzar su voz con corazones rebosantes de alegría, a proclamar la transformación del mundo y todo lo que encierra, y a actuar con heroísmo y esperanza para “calmar lo que está revuelto” con el consuelo de Cristo resucitado, y para “revolver lo que se ha asentado” con la incomodidad que infunde aquel que no vino a traer paz sino espada (Mt 10:34).
A la luz de la alegría de la Pascua, el papa Francisco nos previene a todos (incluso a sí mismo) de tres tentaciones: el individualismo, la crisis de identidad y el enfriamiento del fervor. El papa considera que la mayor amenaza es “el gris pragmatismo de la vida cotidiana de la Iglesia en el cual aparentemente todo procede con normalidad, pero en realidad la fe se va desgastando.” Nos advierte contra el derrotismo y exhorta a los cristianos a ser símbolos de esperanza que generen una “revolución de la ternura” y a desterrar la “mundanidad espiritual” que busca “en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal.”
El papa habla acerca de todos aquellos que se “sienten superiores a otros” porque son “inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado” donde “en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás” y aquellos que tienen “un cuidado ostentoso de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, pero sin preocuparles que el Evangelio tenga una real inserción en el Pueblo fiel de Dios y en las necesidades concretas de la historia.” Esto es “una tremenda corrupción con apariencia de bien. [...] ¡Dios nos libre de una Iglesia mundana bajo ropajes espirituales o pastorales!”
¡Duras palabras de aquel que habla elocuentemente y a menudo sobre el amor y la misericordia incondicionales de Dios para nosotros, pecadores!
La Iglesia nos enseña que solo existe un tipo de pecado imperdonable: los pecados contra la esperanza (Catecismo de la Iglesia Católica, #2091). Esto se debe a que los pecados contra la esperanza contradicen el propio significado de la vida cristiana al negar el misterio pascual y su poder redentor sobre nosotros, independientemente de quiénes seamos y qué hayamos hecho.
“La alegría del Evangelio”es un llamado a los cristianos para que se conviertan en “evangelizadores con Espíritu” que “se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo” y a que tengan “la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia [parresía], en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (#259).
En respuesta a la buena nueva de la Pascua, el papa Francisco anima vehemente a los evangelizadores a que recen y trabajen sobre la premisa de que nuestra “misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo” (#268).
“Jesús quiere que toquemos la miseria humana, que toquemos la carne sufriente de los demás,” nos enseña el papa. “En nuestra relación con el mundo, se nos invita a dar razón de nuestra esperanza, pero no como enemigos que señalan y condenan.[...] Sólo puede ser misionero alguien que se sienta bien buscando el bien de los demás, deseando la felicidad de los otros” (#270-271).
El papa nos alienta a que no nos desanimemos ante el fracaso o la ausencia de resultados puesto que “tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada” (#279).
La Pascua es la temporada de la esperanza y la alegría. No temamos proclamar nuestra profunda convicción de que el poder salvador de Dios venció el sufrimiento y la desesperación de la pasión del Señor y todos hemos sido liberados. ¡Aleluya!
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †