El rostro de la misericordia / Daniel Conway
El Cristo que vive en nosotros es la raíz de nuestra esperanza
Las personas malas no tienen esperanza. Viven en un irremediable estado de fatalismo desprovisto de un futuro resplandeciente porque habitan en la oscuridad y son prisioneros del pasado.
De acuerdo con el papa Francisco:
“Una persona que no tiene esperanza no consigue perdonar, no consigue dar la consolación del perdón y tener la consolación de perdonar. Sí, porque así ha hecho Jesús, y así continúa haciendo a través de quienes le dejan espacio en su corazón y en su vida, con la conciencia de que el mal no se vence con el mal, sino con la humildad, la misericordia y la docilidad. Los mafiosos piensan que el mal se puede vencer con el mal, y así desencadenan la venganza y hacen muchas cosas que todos nosotros sabemos. Pero no conocen qué es la humildad, misericordia y docilidad. ¿Y por qué? Porque los mafiosos no tienen esperanza. Pensad esto.”
El papa Francisco ha hablado en otras ocasiones acerca de los mafiosos, pues considera que son ejemplos claros de gente sin esperanza que procura controlar su entorno mediante la intimidación, la violencia y la venganza. Su forma de vida no es cristiana, independientemente de cuánto se aferren a las manifestaciones culturales de la religión.
El papa nos enseña que “nuestra esperanza no es un concepto, no es un sentimiento, no es un móvil, ¡una montaña de riquezas! Nuestra esperanza es una Persona, es el Señor Jesús que reconocemos vivo y presente en nosotros y en nuestros hermanos, porque Cristo ha resucitado.”
¿Qué quiere decir el papa Francisco cuando afirma que la esperanza no es un teléfono móvil? El Santo Padre se vale de estos populares aparatos, y de nuestra creciente dependencia a ellos, para ilustrar su enseñanza de que las ideas, la tecnología o la riqueza no son los medios para nuestra salvación. Nuestra esperanza es una persona, según nos dice el papa, es Jesucristo, Dios encarnado que se entregó por completo por nosotros y que está vivo y se encuentra presente entre nosotros.
“[Recordemos] que Cristo ha resucitado, está vivo entre nosotros, está vivo y habita en cada uno de nosotros,” expresa el Sumo Pontífice. “Allí el Señor demora en el momento de nuestro Bautismo, y desde allí continúa renovándonos a nosotros y a nuestra vida, colmándonos de su amor y de la plenitud del Espíritu.”
Cristo está vivo entre nosotros por virtud del bautismo, así que tenemos motivos para sentirnos esperanzados. Pero el papa Francisco nos advierte que no debemos enterrar al Señor en las profundidades de nuestro ser, sino proclamarlo a todas las personas que conozcamos, a través de nuestras palabras y acciones. Expresa:
“Si Cristo está vivo y vive en nosotros, en nuestro corazón, entonces debemos dejar también que se haga visible, no esconderlo, y que actúe en nosotros. Esto significa que el Señor Jesús debe convertirse siempre cada vez más en nuestro modelo: modelo de vida y que nosotros debemos aprender a comportarnos como Él se ha comportado. Hacer lo que hacía Jesús. La esperanza que habita en nosotros, entonces, no puede permanecer escondida dentro de nosotros, en nuestro corazón: pues, sería una esperanza débil, que no tiene el valor de salir fuera y hacerse ver; sino [que] nuestra esperanza [...] debe necesariamente salir fuera, tomando la forma exquisita e inconfundible de la dulzura, del respeto, de la benevolencia hacia el prójimo, llegando incluso a perdonar a quien nos hace daño.”
Los delincuentes, los funcionarios corruptos y las personas cuyos corazones se han endurecido a fuerza de crueldad, egoísmo y pecado, no pueden reflejar a Cristo a menos que se sometan a algún tipo de conversión.
Dimas, el “buen ladrón” que fue crucificado con Jesús, es ejemplo de la “exquisita e inconfundible de la dulzura, del respeto, de la benevolencia hacia el prójimo, llegando incluso a perdonar a quien nos hace daño” que el papa Francisco señala como característica del valor y la humildad cristianas. Donde hay amor en abundancia, también abunda la esperanza.
El Santo Padre nos dice que proclamamos la esperanza “cada vez que nosotros tomamos la parte de los últimos y de los marginados o que no respondemos al mal con el mal, sino perdonando, sin venganza, perdonando y bendiciendo, cada vez que hacemos esto nosotros resplandecemos como signos vivos y luminosos de esperanza, convirtiéndonos así en instrumento de consolación y de paz según el corazón de Dios. Y así seguimos adelante con la dulzura, la docilidad, el ser amables y haciendo el bien incluso a los que no nos quieren bien, o nos hacen daño.”
Que siempre resplandezcamos “como signos vivos y luminosos” de que Cristo ha resucitado. ¡Que siempre seamos un pueblo de esperanza!
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †