May 26, 2017

El rostro de la misericordia / Daniel Conway

La insondable profundidad del amor de Dios por nosotros

En su tradicional mensaje pascual titulado “Urbi et Orbi” (“Para la ciudad y el mundo”), el papa Francisco expresó:

“Hoy, en todo el mundo, la Iglesia renueva el anuncio lleno de asombro de los primeros discípulos: “Jesús ha resucitado—Era verdad, ha resucitado el Señor, como había dicho” [...] Con la resurrección, Jesucristo nos ha liberado de la esclavitud del pecado y de la muerte y nos ha abierto el camino a la vida eterna.

“Todos nosotros, cuando nos dejamos dominar por el pecado, perdemos el buen camino y vamos errantes como ovejas perdidas. Pero Dios mismo, nuestro Pastor, ha venido a buscarnos, y para salvarnos se ha abajado hasta la humillación de la cruz. Y hoy podemos proclamar: ‘Ha resucitado el Buen Pastor que dio la vida por sus ovejas y se dignó morir por su grey. Aleluya.’ ”

Evidentemente, lo que resulta abismal es la profundidad del amor de Dios por nosotros. Ciertamente no merecíamos (ni merecemos) el sacrificio que Jesús hizo por nosotros; estábamos perdidos por habernos negado a seguir su camino. Estábamos esclavizados porque elegimos libremente dejarnos “dominar por el pecado.” Éramos como ovejas sin pastor y el Buen Pastor murió voluntariamente por nosotros para que pudiéramos encontrar el camino de regreso a él.

La hazaña de Jesús ocurrió hace 2,000 años, pero la experiencia se repite a diario. Tal como nos los explica el Santo Padre:

“En toda época de la historia, el Pastor Resucitado no se cansa de buscarnos a nosotros, sus hermanos perdidos en los desiertos del mundo. Y con los signos de la Pasión—las heridas de su amor misericordioso—nos atrae hacia su camino, el camino de la vida. También hoy, él toma sobre sus hombros a tantos hermanos nuestros oprimidos por tantas clases de mal.

“El Pastor Resucitado va a buscar a quien está perdido en los laberintos de la soledad y de la marginación; va a su encuentro mediante hermanos y hermanas que saben acercarse a esas personas con respeto y ternura y les hacer sentir su voz, una voz que no se olvida, que los convoca de nuevo a la amistad con Dios.”

El Pastor Resucitado nos busca en Indiana o dondequiera que nos encontremos: ya sea que estemos en centros urbanos, en pequeños poblados o en comunidades rurales, Cristo está presente. Viene a nuestro encuentro—como lo dice el papa Francisco— a través de las personas que nos tratan con respeto y bondad, y que hablan con la voz de Dios.

Nuestra Arquidiócesis tiene la bendición de contar con comunidades parroquiales en los 39 condados que la conforman. En el transcurso de las seis semanas anteriores, durante la celebración del misterio Pascual, nos hemos comprometido a ser la voz acogedora y misericordiosa de Dios en nuestras comunidades. Inspirados por la enseñanza del papa Francisco sobre la misericordia y la alegría del Evangelio, nos hemos esforzado arduamente para tratar a los demás con amabilidad y respeto, especialmente a los extranjeros que habitan entre nosotros.

Esta es la obra que el Señor Resucitado nos ha encomendado que llevemos a cabo en su nombre. Nos exhorta a ayudar “a cuantos son víctimas de antiguas y nuevas esclavitudes: trabajos inhumanos, tráficos ilícitos, explotación y discriminación, graves dependencias.”

En su infinita misericordia—nos dice el papa—: “Se hace cargo de los niños y de los adolescentes que son privados de su serenidad para ser explotados, y de quien tiene el corazón herido por las violencias que padece dentro de los muros de su propia casa.”

Y especialmente en nuestros días, “el Pastor Resucitado se hace compañero de camino de quienes se ven obligados a dejar la propia tierra a causa de los conflictos armados, de los ataques terroristas, de las carestías, de los regímenes opresivos. A estos emigrantes forzosos, les ayuda a que encuentren en todas partes hermanos, que compartan con ellos el pan y la esperanza en el camino común.”

El desafío para nosotros es el mismo que enfrentaron los primeros discípulos: ¿dónde hallaremos el valor y la resistencia para representar a Cristo para los demás, especialmente para los más vulnerables y que necesitan nuestra ayuda?

Ahora que la alegría de la temporada de la Pascua se acerca a su final, naturalmente dirigimos nuestra atención a la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. El hecho es que necesitamos desesperadamente los dones fortalecedores que nos brinda el Espíritu de Dios. Y así, rezamos: Ven Espíritu Santo, y llena nuestros corazones del buen celo para que podamos proclamar con valentía y confianza el maravilloso mensaje de los primeros discípulos: “Jesús ha resucitado. ¡Cristo resucitó como dijo que haría! ¡Aleluya!”
 

(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.)

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