El rostro de la misericordia / Daniel Conway
Encontrar a Jesús en la Navidad y cuidar a los demás
“Si queremos celebrar la verdadera Navidad, contemplemos este signo: la sencillez frágil de un niño recién nacido, la dulzura al verlo recostado, la ternura de los pañales que lo cubren. Allí está Dios.”
(Homilía del Santo Padre Francisco en la Santa Misa de Nochebuena, 2016)
El año pasado, durante la víspera de Navidad, el papa Francisco nos exhortó a contemplar la “sencillez frágil” del niño recién nacido que celebramos en la Navidad. Este es el “signo de siempre para encontrar a Jesús,” afirmó. “No sólo entonces, sino también hoy.”
Resulta muy triste que la Navidad se haya convertido en algo tan complicado, tan comercial, cuando la verdad es que Dios entra en nuestro mundo silenciosamente, con una profunda sencillez. El ruido de la cotidianidad nos distrae y nos impide percibir Su divina presencia y Su humilde humanidad. El frenesí de la época navideña distorsiona nuestra percepción y corremos el riesgo de perder la perspectiva con respecto a “la dulzura al verlo recostado” y “la ternura de los pañales que lo cubren.”
Jesús “no aparece en la sala noble de un palacio real, sino en la pobreza de un establo; no en los fastos de la apariencia, sino en la sencillez de la vida; no en el poder, sino en una pequeñez que sorprende,” señala el Santo Padre. Por lo que si deseamos encontrarlo “hay que ir allí, donde él está: es necesario reclinarse, abajarse, hacerse pequeño.”
Esta es la paradoja de la Navidad: Dios se hace pequeño. El infinito y poderoso Dios que creó todo lo visible y lo invisible se convierte en un recién nacido acostado en un pesebre, totalmente indefenso y que depende de los demás para sus necesidades humanas más básicas. Tal como lo expresa san Pablo, “se vuelca” y adopta nuestra frágil humanidad, renunciando a las prerrogativas de su condición divina para asemejarse a nosotros en todo, excepto en el egoísmo y el pecado.
En su homilía, el papa destacó que el Niño Jesús “nos interpela” y “nos llama a dejar los engaños de lo efímero para ir a lo esencial, a renunciar a nuestras pretensiones insaciables, a abandonar las insatisfacciones permanentes y la tristeza ante cualquier cosa que siempre nos faltará,” y a redescubrir “la paz, la alegría, el sentido luminoso de la vida.”
El recién nacido en el pesebre nos interpela, pero el papa Francisco también exhorta a que quienes lo visiten se dejen interpelar también por los niños de hoy en día que “no están recostados en una cuna ni acariciados por el afecto de una madre ni de un padre, sino que yacen en los escuálidos pesebres donde se devora su dignidad.”
El Sumo Pontífice nos dice que hoy en día muchos niños se esconden en refugios subterráneos para escapar de los bombardeos o se ven obligados a dormir en las aceras de una gran ciudad, en el fondo de una barcaza repleta de inmigrantes, y destaca que esta es una realidad que también debería interpelarnos.
“Dejémonos interpelar por los niños a los que no se les deja nacer, por los que lloran porque nadie les sacia su hambre, por los que no tienen en sus manos juguetes, sino armas.”
El Santo Padre destaca que la Navidad es un misterio de esperanza y de tristeza puesto que la llegada de María y José a Belén pone de manifiesto la indiferencia de muchos ante la presencia de quienes son rechazados.
Esa misma indiferencia se hace palpable en nuestra época moderna “cuando Navidad es una fiesta donde los protagonistas somos nosotros en vez de él; cuando las luces del comercio arrinconan en la sombra la luz de Dios; cuando nos afanamos por los regalos y permanecemos insensibles ante quien está marginado.”
Pero el papa Francisco insiste en que la Navidad es también un signo de esperanza. porque pese a la oscuridad de nuestras vidas “la luz de Dios resplandece.” Su suave luz no da miedo; al contrario, “Dios, enamorado de nosotros, nos atrae con su ternura, naciendo pobre y frágil en medio de nosotros, como uno más.”
Si deseamos encontrar a Jesús en esta Navidad, debemos apartarnos de las luces de neón de la Navidad comercial y adentrarnos en las tinieblas donde se encuentran los viajeros sin hogar, como María y José. Para encontrar a Jesús recién nacido, debemos negarnos a que la Navidad sea “una fiesta donde los protagonistas somos nosotros.” Debemos hacer que esta sea, en verdad, una temporada santa, un momento para cuidar de las necesidades de los demás, especialmente de los pobres y los vulnerables.
“Entremos en la verdadera Navidad con los pastores, llevemos a Jesús lo que somos, nuestras marginaciones, nuestras heridas no curadas, nuestros pecados,” nos exhorta el papa Francisco. “Así, en Jesús, saborearemos el verdadero espíritu de Navidad: la belleza de ser amados por Dios.”
(Daniel Conway es integrante del comité editorial de The Criterion.) †